jueves, 14 de abril de 2016

El republicano que no vio la República


El 14 de abril de 1932, con motivo de la celebración del primer aniversario de la proclamación de la segunda República española, la revista Nuevo Mundo publicaba un artículo dedicado a Blasco Ibáñez. En el post de hoy, se reproduce el respectivo artículo, adicionando fotografías relacionadas con el texto publicado.

EL REPUBLICANO QUE NO VIO LA REPÚBLICA


"Blasco Ibáñez en los días de plenitud de su gloria,
cuando su fama de novelista tenía ecos universales.
Años de la Dictadura en España.
El escritor, fuera de la patria,
siente reflorecer sus viejos entusiasmos revolucionarios…"
 Foto: V. Blasco Ibáñez en el año 1920 
Llegó aquella frenética alegría popular del 14 de Abril, y entre las múltiples voces que entonaron el gran canto democrático, faltó una, enmudecida por la muerte: la de Blasco Ibáñez. Faltaban, naturalmente, otras muchas voces, que el supremo silencio,por ley del tiempo, había ido acallando. Pero ninguna ausencia se dejaba sentir con tal fuerza y tal tristeza como aquella falta de la voz de Blasco Ibáñez en el coro emocionado del 14 de Abril.Porque la vida del escritor fue siempre, en los días de la juventud y en los de la madurez, en las horas de la lucha y en las de la gloria, un magnifico afán democrático. Combatió por la República. Sufrió por ella persecución y cárcel, odio y diatriba. La Libertad era el gran sol que deslumbraba sus ojos, y la Justicia el gran viento que enardecía y llenaba sus fuertes pulmones de luchador. A lo largo del tiempo, nada logra inclinar en él su viejo penacho liberal. Su vida no conoció la Rectificación.

Blasco en Valencia. En la Valencia de finales de un siglo y comienzos del otro. En la Valencia inflamada de coraje republicano, cuando los tiros eran el más frecuente comentario a las palabras, cuando el eco más común de un mitin era el destierro o la cárcel.
Blasco hablaba, hablaba. En la ciudad o en los pueblos, frente al mar o en la vega florida y luminosa. Acento de fuerza y de ímpetu, vivo y plástico. Su briosa palabra era hermana de la tierra ubérrima, del aire como febril, del sol que se deshacía sobre la huerta en trallazos de luz. Su palabra era un canto de lucha, un clarín que llamaba al combate civil.

"Blasco Ibáñez director de El Pueblo, en Valencia. 
La mano ancha y fuerte del luchador trazaba sobre las cuartillas 
– letra firme, rápida y vigorosa – palabras que eran fuego y látigo"
Foto: V. Blasco Ibáñez en 1902, en el chalet de la Malvarrosa, Valencia

“El escritor en los días de iniciación de su fervor revolucionario. 
Cuando la cárcel o el destierro eran la consecuencia 
frecuente de los mítines que exaltaban la libertad.”
Foto: V. Blasco Ibáñez en 1890
Y los que oían aquellos acentos que hablaban de todas las causas bellas y todos los altos ideales creían en el con una fuerza ciega, con una entrega de fanatismo. Toda la pasión popular se guía, iluminada y creyente, a aquel hombre que por una causa política sufría lucha y persecución. Los brazos sombríos de la cárcel acogen varias veces a Vicente Blasco. Pero de cada destierro o de cada prisión el escritor vuelve más decidido a su lucha de siempre. Nuevas candelas de libertad para la hoguera de su palabra y de su pensamiento.
No hay medio de propaganda a que el  no acuda. 
Creador incansable de periódicos: El Progreso, La Bandera Federal, El Pueblo. Cuando crea el segundo de éstos, es la entrada solemne en Valencia del cardenal Sancha. Sobre los balcones de la redacción, Blasco pone un cartelón en el que se lee, con letras enormes: «Jesús entró en Jerusalén a pie y descalzo. Comparad»Naturalmente, detención y proceso.
Toda aquella labor periodística está llena de fervor revolucionario, de exaltación democrática. Turbulencia, polémica, agresión. Ataque y dinamismo. Sobre los artículos de prosa violenta, restallante, la emoción del mitin o de la barricada.
La tribuna del mitin, la columna del diario, el escaño del Parlamento. En sitio distinto y con fondo diverso, el pensamiento y la conducta eran los mismos. 

Todos los esfuerzos y todos los cauces buscaban el gran mar de la República. Y Blasco, orador, periodista, parlamentario, era siempre como un arco en tensión, pronto a estallar, pronto a romper en palabras de fuego.
El dolor social que inspiraba su vida política fluye también a su obra literaria. Aquel gran salón destartalado de El Pueblo, en las horas lentas, calladas, de la noche. Corren apresuradas las plumas sobre las cuartillas, llevando a ellas la emoción del hecho de la jornada. Hay que reflejar de un modo vivo un discurso, o una contienda electoral, o unos tiros que han sido el epílogo sangriento de un mitin. Rasguear nervioso de las plumas sobre las cuartillas. Frío. Comentarios. Palpitar sonoro del tiempo. Las dos, las tres de la madrugada.
El regente de la imprenta se acerca a Blasco Ibáñez:
Pon Visent, que no tinc folletí.
—¿Cuánt el nesesites?
—Ara mateix
— ¿Ara mateix? Espera...
Y como no hay folletín para el número de El Pueblo que ha de aparecer al día siguiente, Blasco se dispone a hacer él mismo el folletín. Llama a un redactor y empieza a dictar:
 —La barraca. Novela.

Valencia, 19 de febrero 1911. Blasco Ibáñez pronunciado un discurso en la playa, 
en la inauguración del Asilo para los inválidos del mar

Desfile de años. Surcos del tiempo en el gran rostro moro del escritor. Ha viajado por todo el mundo. Su planta fuerte de luchador, de conquistador, pisa con magnifica firmeza los caminos dorados del triunfo.
Y en él, que conoce ahora todas las comodidades y todas las blanduras, todos los refinamientos y todas las magnificencias, reflorecen las viejas rosas revolucionarias. La República, su culto de siempre, tiene ante él un nuevo brillo apasionante. Las sirenas de su juventud cantan de nuevo, y otra vez la propaganda política guía la pluma del escritor.
—Mi vida—dice él mismo en aquellos días—no es, en último término, más que mi amor a una serie de novelas generosas que he pretendido llevar a la realidad y que están ya realizadas en otros países. Si no me es posible realizar algún día novelas con la acción, continuaré haciéndolas con la pluma.
Esas novelas generosas que él pretendía llevar a la vida se resumían en una sola palabra: República. No pudo ver, sin embargo, logrado ese sueño por el que luchó tanto. Un día, sóbre la tierra soleada de Mentón—la tierra hermana de su Valencia, frente al Mediterráneo común—, los dedos helados de la muerte cerraron sus ojos, tantas veces embriagados de azul, tantas veces iluminados con la luz del combate. La República, su novia de siempre, llegaba tarde a la cita.

“Ya el cuerpo del escritor reposa bajo la tierra de Mentón.
Ha muerto sin conocer en su patria la República.
En Barcelona, un grupo de devotos del novelista magnifico 
le rinde el homenaje de dar a una calle en nombre del creador de La Barraca
Imagen: Barcelona, 1932 

Autor del artículo: José Montero Alonso
Publicado en la revista Nuevo Mundo, 14 de abril 1932

Imágenes adicionales:

V. Blasco Ibáñez junto a los miembros de la redacción del periódico El Pueblo, Valencia, 1895.

Blasco Ibáñez dirigiéndose a sus seguidores desde la sede del  periódico El Pueblo, Valencia.

Aspecto de uno de los mítines de V. Blasco Ibáñez

1903. Manifestación en honor a Blasco Ibáñez a su llegada  a Valencia, calle de las Barcas-esquina a calle Bonilla. 
Foto: Oraw-Raff. 

Blasco Ibáñez, rodeado de sus seguidores, en las calles de Valencia, durante la campaña de las elecciones de 1905.

La Asamblea Republicana. Madrid. 1905 
“Sres. Salmerón y Blasco Ibáñez rodeados de sus correligionarios en el Circulo de la calle de los Abades”

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