martes, 1 de diciembre de 2015

LA VUELTA AL MUNDO: En el jardín de Mentón

  
Por VICENTE BLASCO IBAÑEZ
"La vuelta al mundo de un novelista" - Vol. I, 1924/1925

I. EN EL JARDÍN DE MENTÓN  

“Fontana Rosa , una de las más bellas residencias de Menton (Alpes Marítimos) propiedad de Blasco Ibañez y
 residencia actual del ilustre escritor español de fama mundial"
 (Foto:CAMARA, Revista Nuevo Mundo, núm. 1474, 21 Abril 1922)

 Una de las primeras mañanas del otoño de 1923. Estoy sentado en un banco de mi jardín de Mentón. Árboles, estanques, arbustos floridos, pájaros y peces, parecen esta mañana completamente distintos a los que veo diariamente.
Blasco Ibáñez en el jardín de Menton, años 20

 Algo sobrenatural anima cuanto me rodea, como si durante la noche se hubiesen trastornado los ritmos y los valores de la vida. El jardín me habla. Esto no es extraordinario. También los muebles nos hablan en las habitaciones cerradas cuando estamos a solas con ellos, en momentos críticos de nuestra existencia. En fuerza de mirar las cosas inanimadas y los seres de vida rudimentaria, acabamos por poner en ellos una parte de nosotros mismos, con los ojos y con el pensamiento. Luego, cuando las emociones nos empequeñecen y necesitamos consejo o auxilio, este mundo familiar y al mismo tiempo extraño nos devuelve de golpe el préstamo que le hicimos, día a día.
 Balancean los túneles de rosales sus flores recién abiertas por la primavera otoñal. Pájaros de todas clases sostienen una lucha sonora de gorjeos flautines en las alturas de la arboleda, oasis aéreo que les sirve de refugio contra los aguiluchos y gavilanes diurnos o las aves de presa de la noche, ocultas en la vecina muralla, roja y gigantesca, de los Alpes Marítimos. Los peces colean inquietos en el agua cargada de sol, como si persiguiesen a sus mismas sombras que se deslizan por el fondo verdoso de estanques y fuentes.


Blasco Ibáñez en el jardín de Menton, años 20

Cantan los surtidores al desgranar en el aire sus sartas de blandas perlas. Los abanicos verdes de plátanos y palmeras dejan caer las últimas lágrimas del rocío matinal. Y toda esta naturaleza cándida, fresca y pueril como la luz rosada de la aurora, me pregunta a coro:

 - ¿Por qué te vas?.. ¿Es que te encuentras mal entre nosotros?..
Vuelvo mis ojos por toda respuesta hacia el mar violeta, que tiembla bajo los flechazos del sol más allá de la columnata de árboles.

Fontana Rosa, Menton, Vistas hacia el mar, años 20
 Todo lo que me rodea sigue hablándome con lenguas aéreas, vegetales o acuáticas. Cada uno dice algo diferente, pero sus voces se confunden y unifican en la misma dirección, como los diversos temas de una sinfonía.
 - Quédate -dice la orquesta murmurante del jardín-; vas a perder nuestras flores y nuestros frutos, los dulces atardeceres del otoño, la compañía serena y luminosa de los libros. El plátano tropical, que sólo fructifica en contados lugares de Europa, descuelga para ti, en este rincón asoleado, entre el mar y la montaña, sus pesados racimos. Si te alejas, otro comerá los encorvados frutos, ahora verdes y luego dorados, que lentamente van cociendo bajo el fuego solar su pulpa de miel. 

El jardín de Fontana Rosa, Menton, años 20
 »Ya se hinchan los capullos en las filas de camelias, no pudiendo contener el estallido de sus colores luminosos. Pronto se abrirán, dando paso a sus flores sin perfume, pero deslumbradoras de bella majestad, como diosas que nunca sonrieron. Y tú no verás esta milagrosa floración, preparada durante el resto del año como una apoteosis teatral.
 »Perderás también las fiestas invernales de la Costa Azul, que atraen a los felices de la tierra: el Carnaval de Niza, las óperas y conciertos de Montecarlo, las regatas, los bailes en hoteles enormes como alcázares de leyenda, las batallas de flores.



La biblioteca de V. Blasco Ibáñez,Fontana Rosa, Menton, años 20
Vas a renunciar a las dulces horas vespertinas en tu biblioteca, cuando la luz filtrándose a través de las apretadas hojas toma un color verdoso de profundidad submarina, y tú tienes que seguir leyendo junto a uno de los ventanales con invisible tela de alambre, que esfuma suavemente el paisaje, deja entrar nuestro aliento perfumado y cierra el paso a los insectos que procrea nuestra incansable fecundidad… ¿Por qué te marchas? ¿Qué inquietud te espolea hacia lo desconocido, volviendo tu espalda a la risueña paz en que te envolvemos…?


 Alguien acaba de llegar con silencioso paso, sentándose junto a mí, en el banco de azulejos que representan antiguas danzas valencianas.
 Nadie más que yo puede verle. Lo conozco. Me ha seguido siempre como un esclavo, compañero de penas e ilusiones, que llevase el pie metido en el otro extremo, de mi cadena.
 Acabo de sentir ese desdoblamiento interior que todos conocemos en momentos difíciles de nuestra vida. Es una mitad de mí mismo lo que acaba de sentarse a mi lado. Su rostro es agresivo y hablan por su boca la duda y la ironía.

 Sus primeras palabras son para reproducir la misma pregunta que continúan repitiendo tenazmente los rumores del jardín. Pero mi otro yo me habla con menos miramientos.

Vicente Blasco Ibáñez en su jardín de Fontana Rosa, Menton, años 20
- ¿Por qué te vas? ¿Qué puedes conseguir realizando tu infantil deseo de hacer un viaje alrededor del mundo?… 
»Si sientes curiosidad por conocer los pueblos lejanos, no tienes más que entrar en tu biblioteca, que está a pocos pasos. Allí, entre veinte mil volúmenes, encontrarás muchos que, con la ayuda de la imaginación, te harán ver ciudades y paisajes tal vez más interesantes que cual son en la realidad.


V. Blasco Ibáñez en su biblioteca de Fontana Rosa.
 »Se comprende el viajero de siglos remotos, un Benjamín de Tudela, un Marco Polo. Iban a descubrir y a contemplar lo que nadie había visto, y para obtener este resultado bien valían la pena cuantos sufrimientos y aventuras tuvieron que arrostrar. Pero ahora, un hombre amigo de la lectura no necesita moverse para conocer los países. A centenares se han molestado otros hombres para él, realizando dichos viajes y escribiéndolos después.

 Intento contestar a mi propio fantasma, pero éste continúa hablando, con un tono cada vez más severo.
 - Piensa en los peligros. Tú ya no eres joven, bien lo sabes; pero como todos los imaginativos, procuras olvidarlo y te empeñas en trastornar los períodos fijos de la vida, prolongando los entusiasmos, las ilusiones y las credulidades pasionales de los veinte años. 


El joven Blasco Ibáñez
»Es cierto que el progreso humano da cada vez mayor seguridad a los que se pasean por la tierra, disminuyendo los naufragios y las colisiones terrestres. Pero existen las enfermedades, los rudos cambios de clima, las epidemias que resultan permanentes en los pueblos hormigueros de Asia, el cólera, la peste bubónica, el vómito negro… Recuerda también las catástrofes ciegas e injustas de una naturaleza que nos ignora. Hace un mes, un temblor de tierra casi ha borrado las principales ciudades del Japón, adonde tú quieres ir. En unos minutos ha suprimido más de un millón de vidas.
  »¿ Quién eres tú para lanzarte a través de mareas y continentes, con la misma tranquilidad que te paseas por los rincones floridos de tu jardín? Unos cuantos kilos de sangre, de músculos y huesos, que para distinguirse de otros paquetes semejantes ostenta un rótulo propio, como todos ellos; un amontonamiento provisional de células que se llama Blasco Ibáñez, y tiene una memoria que le permite acordarse de los hechos pasados y sacar deducciones de ellos que le guíen en el presente y le sirvan de base para fantasear sobre el porvenir. La tierra no sabe que existes, como ignora igualmente a los mil ochocientos millones de parásitos de tu misma especie que viven sobre su costra. Basta que se estremezca su epidermis en los lugares predispuestos a este pequeño escalofrío, para que cambie el equilibrio político del mundo. ¡Y tú te confías a la bondad de este globo, que cuando siente de vez en cuando la picazón producida por las agitaciones, las guerras o los grandes trabajos de los humanos, pasa sobre nosotros el peine de sus cataclismos!…
 »No olvides que te restan menos años de existencia que los que llevas ya vividos, y lo prudente es quedarse quieto en el rincón planetario donde transcurrió la mayor parte de tu historia individual y en el que tienes relativamente asegurada la tranquila prolongación de esa misma existencia. Lo más cuerdo en el hombre (piense como piense) es alargar su vida por todos los medios defensivos y conservadores que encuentre a su alcance.


Vicente Blasco Ibáñez en Menton,  Fontana Rosa, años 20.
 »¡Si al menos pudiéramos conseguir viajando el olvido de nuestras penas!… Pero acuérdate de Horacio: "La negra preocupación monta a la grupa del jinete". Por eso, según el poeta latino, aunque te instales en el buque más veloz y éste navegue sin descanso por todos los mares, las mismas cosas que te afligen aquí irán contigo alrededor del planeta.
 Como finalmente mi hostil compañero hace una pausa, yo me apresuro a hablar.
 - Ahora es el momento propicio para mi viaje. Si tardo en emprenderlo vendrá la vejez, y con ella los achaques que debilitan nuestros órganos vitales y agarrotan románticamente nuestros músculos.
»Hay que conocer por completo la casa en que hemos vivido, antes de que la muerte nos eche de ella.

Vicente Blasco Ibáñez adolescente
Recuerda que desde mis primeras lecturas de muchacho sentí el deseo de ver el mundo, y no quiero marcharme de él sin haber visitado su redondez. Ten en cuenta además la voluptuosidad del movimiento, las embriagueces de la acción, la ardiente curiosidad de contemplar de cerca, con los propios ojos, lo que se leyó en los libros. Tal vez sufra grandes desilusiones y lo que imaginé sobre las páginas impresas resulte más hermoso que la realidad. Pero siempre me quedará el placer de haber llevado una existencia bohemia a través del mundo.
»Piensa que voy a atravesar ocho mares, de un extremo a otro (el océano Atlántico, el mar de las Antillas, el océano Pacífico, el mar del Japón y el de la China, el océano Índico, el mar Rojo, el Mediterráneo); que voy a navegar por los tres cursos fluviales más famosos de la historia humana, cuyas aguas sirvieron de leche maternal a las primeras civilizaciones: el río Amarillo, el Ganges y el Nilo. Deseo ver razas, costumbres y ciudades distintas de esta Europa, cuyos pueblos, monótonamente unificados, sólo se diferencian por el odio que inspira la vanidad patriótica, por la guerra y la política. Si tardo unos años, me será imposible emprender este viaje. ¿Y tú te opones (evocando y agrandando peligros) a que realice el mayor deseo de mi vida?..

Mapa de viajes por Albert Robida – Paris, 1879
 Mi otro yo sonríe irónicamente, y se extiende por su rostro la palidez verdosa de la envidia. Ha desistido de infundirme la duda que ablanda nuestra voluntad y nos hace abandonar los propósitos más firmes. Adivino que ahora va a someter mi proyecto a una crítica mordaz.
- Tu viaje es demasiado rápido -dice con mansedumbre hipócrita-. Si durase varios años, tal vez sería respetable; pero ¡dar la vuelta al mundo en unos cuantos meses! ¿Qué vas a ver? ¿Qué podrás contar?.. 
 »Bien sé que el perfeccionamiento de los medios de comunicación agranda ahora considerablemente el valor de los días y los años. Julio Verne relató como empresa extraordinaria un viaje alrededor del mundo en ochenta días. 

La vuelta al mundo en ochenta días - Julio Verne
Hoy se puede dar la vuelta a nuestro planeta en menos tiempo. Tú vas a emplear en ello seis meses, pero de todos modos verás personas y cosas como en una representación cinematográfica. Sólo podrás apreciar el aspecto exterior de los pueblos; no alcanzarás a poseer el más leve destello de su alma. ¿Para qué cansarte por tan mediocre resultado?..
 A mi vez creo llegado el momento de hablar duramente.
 - El valor del tiempo está en relación con las facultades del que observa. Los días de viaje de algunos valen más que los años y los años de otros. Acuérdate del viaje de Chateaubriand por América. Los críticos, al estudiarlo ahora minuciosamente, con arreglo a las fechas, han demostrado de modo indiscutible que sólo pudo visitar los alrededores de Nueva York y Filadelfia, ciudades que estaban casi en formación, dentro de los Estados Unidos nacientes. Ni vio el Niágara, ni pudo navegar por el Misisipí; pero esto no le impidió dejar de ellos descripciones que muchos aprecian como insustituibles. Además, trajo de allá la novela Atala, que ha hecho suspirar de emoción a varias generaciones, y con ella el empuje inicial del movimiento romántico, así como ciertos procedimientos descriptivos que después de pasado más de un siglo todavía emplea la literatura contemporánea.


Atala de Chateaubriand, Ilustración: Gustave Doré
  »El artista sólo necesita ver una parte de la verdad. El resto de la verdad lo adivina por inducción, y las torres afiligranadas que levanta con su fantasía son casi siempre más fuertes y duraderas que los edificios de mazacote, escrupulosamente cimentados, que construye la grisácea realidad. ¿Quién puede, además, marcar dónde terminan los límites de una exacta observación? Muchas veces, después de vivir largamente en un país, cuando nos marchamos de él, saturados de su esencia y creyendo que ya lo sabemos todo, es cuando nos ofrece las facetas más inesperadas y nuevas.
 »Me bastan esos meses de que hablas para que mi viaje resulte interesante. Un hombre de nuestra época, si es aficionado a los libros, sabe de antemano gracias a sus lecturas lo que va a ver cuándo emprende un viaje, y sólo necesita comprobar por medio de sus ojos, con una visión puramente individual, lo que tantas veces contempló imaginativamente en las hojas de los volúmenes impresos.

Vicente Blasco Ibáñez con José Benlliure,  
en el jardín de Fontana Rosa, años 20
 »Tú olvidas, además, cómo somos muchos novelistas. Nuestra observación resulta instintiva. Observamos contra nuestra voluntad. Somos aparatos fotográficos con el objetivo siempre abierto y tomamos cuanto nos rodea de un modo maquinal. Esto hace que lo que no vemos en el primer momento ya no logramos verlo después por más que nos esforcemos.
 »Yo he escrito novelas cuya acción se desarrolla en ciudades que sólo vi durante unos días, y muchos lectores se imaginaron, después de conocer mis descripciones, que había vivido en ellas meses y aun años. Somos como ciertos tiradores "repentistas", que si se entretienen mucho en apuntar no dan en el blanco. Necesitan tirar instintivamente, guiándose por la voluntad más que por los ojos.

 »No todos los que describen la vida usan los mismos procedimientos para romper la coraza invisible que nos opone la realidad, deseosa de que no la cautivemos. Unos proceden pacientemente, con una labor lenta de perforación. Yo soy de los que producen por explosión. Mi trabajo resulta semejante al del torpedo que parte vertiginosamente: unas veces toca en el blanco deseado, otras se pierde sin éxito en el vacío; pero cuando estalla, lo hace con una brevedad instantánea y tumultuosa.

 
Vicente Blasco Ibáñez, a bordo del Franconia, 1923
   »Sólo voy a viajar como novelista. No pienso escribir estudios políticos ni económicos sobre los países por donde pase. Contaré lo que vea y lo contaré a mi modo, como el que describe las personas y los paisajes de una fábula novelesca, sólo que ahora los seres y las cosas conservarán los mismos nombres que llevan en la realidad.


 »En cuanto al alma de los pueblos y de los individuos, permíteme que no dé gran importancia a esa manoseada y acomodaticia objeción. ¿Quién puede marcar el plazo de meses o de años que es necesario para conocer el alma de una nación o una raza?.. ¿Basta la vida entera de un escritor para completar plenamente tal estudio?.. ¿No ha ocurrido más de una vez que, por adivinación genial, un simple observador de paso ha visto lo que no alcanzaron a descubrir otros después de larguísimos y miopes estudios?...

Patrick Lafcadio Hearn (1850-1904)



  »Resultan tan complejas las almas, que no llegan a ser bien conocidas ni aun de sus mismos poseedores, así sean colectividades o personas. Recuerda el caso de Lafcadio Hearn, el gran novelista norteamericano. Su pueblo predilecto fue el Japón. En sus libros sobre este país han bebido y hasta han robado numerosos autores. En el Japón vivió catorce años seguidos; aprendió su idioma perfectamente; casó con una japonesa; se hizo maestro de escuela para estudiar en los pequeños nipones el génesis de la psicología de los amarillos; y sin embargo, a la hora de su muerte confesó con una franqueza melancólica: "El alma de los japoneses continúa siendo un misterio para mí". »Respetemos el misterio de las almas extrañas, ya que ninguno de nosotros logrará conocer jamás el misterio de la propia alma, que tantas veces nos sorprende con sus decisiones inesperadas. Ese misterio eterno es el que da interés inagotable a la existencia humana. Si un día, blancos y cobrizos, rojos y negros, conociésemos perfectamente nuestras almas, la vida perdería sus mejores emociones, y nuestra historia resultaría aburridísima, con la monotonía de las cosas esperadas e invariables.




»Unas palabras más, y termino, malhumorado compañero. Dure lo que dure, mi viaje siempre resultará más interesante que la inmovilidad en este rincón agradable de la tierra. Mejor es dar la vuelta al mundo en unos cuantos meses, que no darla nunca.
Benjamín de Tudela (1130-1173)

 
»Debo confesar que en este periplo mundial que preparo hay un poquito de orgullo literario. Algunos marinos y diplomáticos españoles realizaron viajes de circunnavegación del planeta; pero fueron viajes que pueden llamarse "oficiales': con observaciones y curiosidades casi siempre de carácter profesional.
Después que el judío hispánico Benjamín de Tudela salió en el siglo XII (hace ochocientos años) a explorar el mundo conocido de oídas por los hombres de la Edad Media, y consignó en un libro sus correrías hasta la India, yo vaya ser uno de los contadísimos escritores españoles que habrán repetido espontáneamente la misma empresa, aunque con ello no haré más que imitar lo que realizan todos los años buen número de autores ingleses y norteamericanos y de damas de los mismos países aficionadas a la literatura. Pretendo escribir un libro que encierre en sus páginas el rebullir de los pueblos-colmenas del Extremo Oriente; la soledad majestuosa de los océanos, guardadores de las fuerzas renovadoras del planeta; la melancolía histórica de las grandes civilizaciones, muertas o agonizantes.


Después que digo esto se abre un largo silencio. El jardín va acallando sus rumores bajo la pesadez del sol, cada vez más alto. Mi interlocutor calla también.
- ¿Tienes algo más que decirme? -le pregunto.
Él insiste en su mutismo, enfurruñado y hostil; un silencio de adversario que se confiesa vencido momentáneamente, pero pone su confianza en la fatalidad, esperando que le ayudará en lo futuro.
- Entonces, ahí te quedas. Te dejo sobre este banco, como algo que me estorba para seguir adelante… ¡
Empiece el viaje!

Blasco Ibáñez en el jardín de Menton, Fontana Rosa, años 20

Texto
LA VUELTA AL MUNDO DE UN NOVELISTA (Vol. I) - Vicente Blasco Ibáñez,
Editado por EDITORIAL PROMETEO en 1924/1925.
Imágenes de varias fuentes: Publicaciones de la época, Internet 




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